23 junio 2009

Isabel y Mauricio.
[...]
Mauricio.- No puedo, no tendría valor. No quiero ver una herida que yo mismo he contribuido a abrir y que no soy capaz de curar. ¡Vámonos de aquí cuanto antes!.
Isabel.- ¿A tu casa cómoda y tranquila? ¿A divertirnos fabricando sueños que tienen este despertar? No, Mauricio; vuelve tu solo.
Mauricio.- ¡No habrás pensado quedarte aquí!.
Isabel. - Ojalá pudiera. Pero tampoco quiero salir de esta vida inventada para volver contigo a otra tan falsa como ésta.
Mauricio. - ¿A dónde, entonces? ¿Piensas volver a tu vida de antes?.
Isabel. -Parece increíble, ¿verdad? Y sin embargo ésa es la gran lección que he aprendido aquí. Mi cuarto era estrecho y pobre, pero no hacía falta más: era mi talla. En el invierno entraba el frío por los cristales, pero era un frío limpio, ceñido a mí como un vestido de casa. Tampoco había rosas en la ventana; sólo unos geranios cubiertos de polvo. Pero todo a medida, y todo mío: mí pobreza, mí frío, mís geranios.
Mauricio. - ¿Y es a aquella miseria a donde quieres volver? No lo harás.
Isabel. - ¿Quién va a impedirmelo?.
Mauricio. - Yo.
Isabel. - ¿Tú? Escucha, ahora ya no hay maestro ni discípula; vamos a hablarnos por primera vez de igual a igual, y voy a contarte mi historia como si no fuera mía para que la veas más clara. Un día la muchacha sola fue sacada de su mundo y llevada a otro maravilloso. Todo lo que no había tenido nunca se le dió allí de repente: una familia, una casa con árboles, un amor de recién casada. Sólo se trataba, naturalmente, de represetar una farsa, pero ella "no sabía medir" y se entregó demasiado. Lo que debía ser un escenario se convirtió en su casa verdadera. Cuando decía "abuela" no era una palabra recitada, era un grito que le venía de dentro y desde lejos. Hasta cuando el falso marido la besaba le temblaban las gracias de los pulsos. Siete días duró el sueño, y aquí tienes el resultado: ahora ya sé que mi soledad va a ser más dificil, y mis geranios más pobres y mi frío más frío. Pero son mi única verdad, y no quiero volver a soñar nunca por no tener que despertar otra vez. Perdóname si te parezco injusta.
Mauricio. - Solamente en una parte. ¿Por qué te empeñas en pensar que esa historia es la tuya sola?¿No puede ser la de los dos?.
Isabel. - ¿Qué quieres decir?.
Mauricio. - Que también yo he necesitado de esta casa para descubrir mi verdad. Ayer no había aprendido aún de qué color son tus ojos. ¿Quieres que te diga ahora cómo son a cada hora del día, y cómo cambian de luz cuando abres la ventana y cuando miras al fuego, y cuando yo llego y me voy?.
Isabel. - ¡Mauricio!.
Mauricio. - Siete noches te he sentido dormir a través de mi puerta. No eras mía, pero me gustaba oírte respirar bajo el mismo techo. Tu aliento se me fue haciendo costumbre, y ahora lo único que sé es que ya no podría vivir sin él; lo necesito junto a mi y para siempre, contra mi propia almohada. En tu casa o en la mía, ¡que importa! Cualquiera de las dos puede ser nuestra. Elige tú.

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